Es probable que las hayan visto. Medallas en las botellas de vinos. Medallas de oro, de plata o de bronce, pegadas como stickers, brillando allí, con orgullo. Esa es la cara más visible para el consumidor de los concursos de vinos, un buen tema para discutir.

Hay muchos concursos de vinos, y cada uno da medallas que luego el productor usa (vía pegatinas) como arma de marketing. Y muchas veces también da lo mismo quién haya sido el que haya escogido a ese vino como ganador o la relevancia o historia de ese concurso. Lo que importa, en el fondo, es seducir (o atrapar) a ese desprevenido consumidor que no está enterado de las minucias del mundo del vino internacional, sino que más bien lo que quiere es tomarse una buena botella. Y ojalá no pagar demasiado en el intento.

Eso nos lleva a dos cuestiones que habría que considerar cuando se habla de la importancia de los concursos de vinos. El primer tema es el peso específico de los resultados. En ningún concurso de vinos que yo al menos conozca, compiten los más reputados-caros-famosos vinos del mundo. El señor Lafite, el señor Petrus, el señor Vega Sicilia o el señor Conterno jamás mandarían sus vinos a estos concursos porque, primero, sus botellas se venden solas y no necesitan de mayor publicidad. Y segundo, porque se corre el riesgo serio de que el jurado no entienda o no esté de buen humor o pase por alto las cualidades de su vino y le de una medalla de bronce en vez de la de platino que –se supone– es la que deberían obtener.

Con todo lo anterior lo que les quiero decir es que si ven una medalla de oro en un Sangiovese italiano, no significa que ése sea el mejor Sangiovese de Italia, solo significa que, entre las muestras que se presentaron a un concurso específico, un grupo de catadores consideró que era muy bueno. El punto es la calidad de los concursos: y hay muchos concursos en este planeta. Unos mejores que otros.

Los que yo conozco, y en los que participo, son dos. El Decanter Wine World Awards, organizado en Londres por la prestigiosa revista británica Decanter y el Concours Mondial de Bruxelles, un certamen que este año cumple dos décadas, algo para nada menor y que habla de su prestigio. Ambos logran atraer a cientos de productores que les envían miles de muestras. Y eso es gracias a su seriedad y a la consistencia de sus resultados. Los vinos que allí se premian son buenos. Algunos les van a gustar más que otros, pero en términos medianamente objetivos, son buenos vinos.

Y entonces, ¿confiamos o no confiamos en las medallas? Yo creo que son una referencia, un punto donde apoyarse. No mucho más que eso. La decisión final, la gran medalla, la ponen ustedes con un simple ‘me gusta’.

Escrito por PATRICIO TAPIA, Especial para EL TIEMPO (eltiempo.com)