Fuente: El Tiempo.com. Escrito por Patricio Tapia
Los primeros syrah de clima frío comenzaron a aparecer a comienzos de la década pasada.
Sobre las costas del Pacifico, en Chile, la costumbre en el vino moderno ha sido plantar cepas blancas como el sauvignon o el chardonnay. A veces –aunque cada vez con más insistencia– también la tinta pinor noir. Estas y otras uvas tradicionales crecen y maduran lentamente bajo la fría influencia del mar, cuyas aguas a veces están apenas a unos diez grados. Bañarse allí es un suplicio.
Esa influencia costera, sin embargo, ha hecho dudar a los productores a la hora de arriesgarse y plantar otras cepas que, tradicionalmente, venían de zonas más cálidas. El syrah es un buen ejemplo, pero también el malbec y el cabernet franc no se veían mucho por las costas chilenas hasta hace muy poco. Hoy, sin embargo, los ‘tintos de clima frío’ son toda una tendencia en el vino chileno.
Los primeros syrah de clima frío del Valle de San Antonio y Casablanca comenzaron a aparecer a comienzos de la década pasada, fruto de las primeras plantaciones de viñedos que se hicieron hacia fines de los años 90. Y de inmediato llamaron la atención, por lo diferentes que resultaban. El mar jugaba su juego con claridad.
Desde entonces, nada ha vuelto a ser igual para los vinos tintos chilenos. Estos syrah, malbec o cabernet franc lo que ofrecen es una mayor carga aromática, aromas más frescos y vivos, mayor acidez y –a veces– un cuerpo similar al de otros de climas más cálidos.
Los tintos que maduran en estas zonas son más brillantes, en el fondo. Pero para lograrlo se necesitan ciertos requisitos más o menos importantes. El primero entre ellos es que no es cosa de llegar y hacer miles de kilos de malbec en Casablanca o en San Antonio. El frío supone que la planta no puede estar cargada de racimos si es que no se quiere que todo huela a pasto. Lo que se conoce como ‘bajos rendimientos’ es vital, muchas veces hasta un tercio de lo que una planta produce en un clima diferente, más cálido.
Lo otro es el cuidado con las enfermedades, sobre todo por excesiva humedad (brisas marinas, claro), que estropean los racimos y que no suceden tanto en climas más secos. La paga a estos y otros esfuerzos son vinos nítidos, frutales. Pocas veces el vino –si es que se respeta y no se interviene demasiado– sabe tanto a la uva con la que fueron hechos. Puro jugo de frutas.